Abrumado por una vida matrimonial y profesional frustrante, Enrique ve en Jacqueline el último tren para salir de la abulia y la retiene con la excusa de la convalecencia. Pero igualmente fracasadas han resultado las ilusiones de Julia, que de soltera incluso soñó con ser actriz. Y las de Juan, reducido a dar clases a una partida de mocosos que terminarán convirtiéndose en gentes como sus padres.
Julia, Enrique, Juan… son víctimas de este enclaustramiento físico y emocional que les impide expresar libremente cualquier sentimiento. Bardem aprovecha su primera incursión en la pantalla ancha –con las lentes anamórficas francesas Dyaliscope, gracias a la coproducción- para retratar a los personajes en su entorno, reforzando esta estrategia mediante el empleo sistemático del plano-secuencia.
El otro logro de orden técnico -habitualmente silenciado y harto insólito en el cine español de la época- es la utilización del sonido directo en las escenas en las que Jean-Pierre Cassel no está doblado.
Si bien el cuadro de la hipocresía y el chismorreo provincianos remiten evidentemente a Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956), Medina del Zarzal, con su yugo y sus flechas a la entrada es sinécdoque de una España sojuzgada por el emblema y en la que, en efecto, "nunca pasa nada". Aparte de Juan, el único que habla francés en el pueblo es un viejo republicano que cruzó los Pirineos en 1939 y terminó en un campo de concentración custodiado por senegaleses. Eso es lo que recuerda de Francia y el nombre de algún político ultraderechista de la época que Jacqueline no conoce.